*English below!*
Autora: Amy Schmidt
Hace unos años, enseñé un taller de empoderamiento a través de la defensa personal, o ESD, para un grupo de niñas y adolescentes en Costa Rica. Había 10 niñas, entres las edades de 5 a 13 y con personalidades desde la más tímida a la más precoz. Hicimos un retiro de siete días con participantes de los Estados Unidos y nuestra actividad para el sexto día fue crear conexiones y enseñar las técnicas a unas niñas de la comunidad local.
El ESD es distinto de otras formas de defensa personal enseñadas a mujeres. Está enfocado en límites personales y en técnicas verbales. Hay conversaciones y conexiones que van mucho más allá que solo entrenar técnicas físicas. Hay espacio para procesar y enfrentar a nuestro pasado mientras practicamos herramientas para hacerlo también con nuestro futuro. Nos apoyamos entre nosotras.
Cuando llegaron las niñas, todas estábamos muy cansadas –física, sentimental y mentalmente-, pero las niñas nos contagiaron su energía. La hora siguiente estuvo llena de movimiento, juegos, bulla, risas, golpes y patadas. Las chicas hicieron bien las prácticas. No dimos ninguna explicación y no fue necesario. Ellas sabían cuál era el objetivo.
No siempre tenemos las estadísticas memorizadas, pero aún a una edad temprana, identificamos el peligro. Llevamos este conocimiento innato en nuestras células desde muchas generaciones de violencia patriarcal.
¿Sabemos de dónde viene el peligro?, ¿es siempre algo ocultado en una calle oscura?, ¿un atacante desconocido? Claro que no.
No solo estamos en peligro caminando solas por la noche. Estamos en peligro en nuestros lugares de trabajo, en escuelas, en nuestras casas y en las casas de familiares; con gente que conocemos y en quienes confiamos, con gente a la que amamos.
He escuchado muchas veces un punto de vista, normalmente de hombres, que el problema es solo la existencia de algunos hombres malos en el mundo. De hecho, solo hay gente mala. A esto me gusta llamarle: “La Teoría de Los Hombres Malos”. Los hombres malos matan, roban, violan y hacen daño. Gente buena es gente buena. La Teoría de los Hombres Malos honra a los hombres buenos, porque obviamente, no todos los hombres son así. Los hombres buenos desean que los malos dejen de abusar de niños y de mujeres y desean que se encierre a los malos en la cárcel y así, vivir en paz.
Este discurso es frustrante por varias razones. En primer lugar, es demasiado simplificado. Además, permite una carencia de responsabilidad. Los “hombres buenos” no tienen que analizar/criticar sus propios comportamientos, porque son, según ellos, hombres buenos. Mientras los hombres buenos siguen siendo buenos, las mujeres deben mejorar en reconocer a los “hombres malos''. Los buenos pueden reconocer a los malos. ¿Por qué las mujeres no? Tenemos que ver las banderas rojas y evitarlas.
La responsabilidad, como siempre, recae en las mujeres. Este tipo de ‘gaslighting’ nos dice que es nuestra culpa no reconocer las banderas rojas.
El surgimiento de que nosotras debemos mejorar en reconocer las banderas rojas me da rabia. No debe ser nuestra responsabilidad. No debemos pasar toda la vida vigilando las banderas rojas y evitando a los hombres que las muestran. No debemos pasar nuestras vidas cruzando las calles para sentirnos seguras. Hay demasiadas banderas rojas. Hay demasiadas calles que cruzar. ¿Cuántos pasos extras tenemos que tomar en esta vida? ¡Qué cansado!
Al mismo tiempo me doy cuenta de que es un poco del currículum de ESD. Conversamos mucho sobre las banderas rojas. Practicamos escuchando a nuestra intuición. Hablamos de las herramientas para saber cómo huir, correr, o movernos cuando sea posible y luchar cuando sea necesario. ¿Es nuestra responsabilidad prevenir los asaltos, las violaciones y el femicidio? No debería.
En el otro lado de La Teoria de los Hombres Malos, hay una crítica feminista muy compleja de este estilo de autodefensa que dice exactamente esto: «No debe ser nuestra responsabilidad prevenir violencia contra nosotras mismas». Yo estoy totalmente de acuerdo, en la teoría. ¿Y en la práctica? Yo quiero tener las herramientas para protegerme si algún día es necesario.
En el empoderamiento a través de la defensa personal, nunca decimos que es nuestra responsabilidad prevenir cualquier asalto o violación ni tampoco decimos que si no tuvimos la capacidad de pelear o defendernos, fue por nuestra culpa. Enseñamos y practicamos herramientas, y estas, ya las tenemos dentro de nosotras. Ya tenemos voces fuertes y cuerpos poderosos. Podemos aprender cómo establecer límites verbales y utilizar nuestro lenguaje corporal e intuición. Aprendemos las herramientas para protegernos en el futuro, no para juzgarnos por nuestros pasados. Las herramientas no son lo que deberíamos hacer, sino lo que podemos hacer.
No debería ser nuestra responsabilidad prevenir el asalto. No debería ser nuestra responsabilidad no ser violadas. Debe ser nuestro derecho.
Volviendo a “La Teoría de los Hombres Malos” en el mundo, 1 de cada 3 mujeres es víctima de asalto sexual a lo largo de su vida. Esta es una estadística bastante conocida. Sabemos las estadísticas que hablan de mujeres. Pero, ¿sabemos cuántos “hombres malos” existen en el mundo?, ¿por qué no tenemos las estadísticas del otro lado?
Decidí comenzar a contar. Busque información de Costa Rica porque aquí vivo, no porque sienta que es más peligroso o porque haya más “hombres malos” acá que en otros países.
En Costa Rica, (en 2020) había 50 mujeres asesinadas, por lo tanto, 50 hombres malos.
Cada año, un promedio de 400 mujeres huye de sus hogares hacia refugios de emergencia porque están en riesgo de muerte. 400 mujeres que hubieran sido asesinadas pero pudieron escapar. Otros 400 hombres malos.
Cada año, hay aproximadamente 7792 crimenes de abuso o asalto sexual contra mujeres y niñas y 2638 denuncias de acoso sexual en público. Estos son los casos reportados. ¿Cuántos más hay sin reportar?
La policía Costarricense recibe más o menos 150 más llamadas por violencia doméstica durante partidos de fútbol, así que 150 hombres no-tan-malos; o al menos no todo el tiempo malos, se convierten en “hombres malos” durante los partidos. ¿Cuántas llamadas no se hicieron?
Las organizaciones que responden a casos de violencia contra mujeres en Costa Rica tienen un promedio de 8710 consultas anuales.
Hay 45 855 pedidos de medidas de restricciones para proteger mujeres.
Hay más de 20 000 llamadas al 911 de violencia doméstica. Son 55 diarios. Y solo 5% se da seguimiento.
Había 905 casos de violación, ya sea reportados, documentados o declarados culpables. ¿Cuántas violaciones más habían sido reportadas sin ser creídas?,¿o reportadas y las víctimas fueron acusadas de mentir, o peor todavía, ellas declaradas culpables?, ¿cuántas mujeres o niñas violadas nunca contaron ni una sola palabra a otra persona?
Quizás los números de casos y llamadas coinciden en estadísticas diferentes, y obviamente no toda la violencia se mueve en una sola dirección: de hombres a mujeres. Sin embargo, las estadísticas demuestran algo muy claro: hay un montón de banderas rojas que evitar.
¿Y qué pasa cuando vemos los peligros, los riesgos, cuando evitamos las banderas rojas, cuando hacemos denuncias y nos ponemos en medio del proceso del sistema judicial? ¿Qué pasa? Pues, una investigación en El Salvador descubrió que en el 12% de casos de violencia contra mujeres, los responsables fueron jueces, abogados y policías (y esto pasa en todo el mundo). Estamos en peligro constante de violación y asalto por los mismos que se comprometen a protegernos.
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Cuando impartí el taller de autodefensa y empoderamiento con las niñas, me sentí inspirada por su energía y alegría. Nos reímos, jugamos y disfrutamos. Nos abrazamos y nos agarramos las manos. Fuimos una a una por el círculo y todas dijeron una razón para sentirse fuerte.
“Yo soy fuerte porque creo en mí misma”.
“Yo soy fuerte porque puedo decir NO”.
“Yo soy fuerte porque puedo hacer cualquier cosa”.
Sin nuestra ayuda, ellas escogieron estas frases. Sí, son bastante fuertes.
Al mismo tiempo que me sentí inspirada, también se me partió el corazón. Estas niñas no deberían tener que ser tan fuertes. No quiero imaginar a ninguna de esas niñas hermosas en una situación donde tenga que utilizar las técnicas que les enseñamos: cómo patear a alguien del piso o cómo escapar de las manos de un hombre. Sin embargo, lastimosamente, según las estadísticas, 3 de ellas serán o ya han sido víctimas de asalto sexual. Sabemos las estadísticas contra mujeres y niñas.
¿Pero por quién? ¿Quiénes son estos “hombres malos”? ¿Desconocidos sin nombre en una calle oscura? No. Según las estadísticas, los responsables serán sus hermanos, primos, tíos, padres y futuros novios. La policía que recibe sus denuncias. Los jueces que presiden sobres sus casos. Los políticos que forman leyes sobre sus cuerpos.
En teoría, no debería ser nuestra responsabilidad; pero en realidad, con las estadísticas tan graves contra nosotras, es nuestro derecho defendernos. Cuando no estamos seguras en nuestras casas, ni en las calles, ni los tribunales, ni con la policía, entonces necesitamos las herramientas y la confianza para defendernos. Necesitamos usar nuestras voces y nuestros cuerpos. Necesitamos ocupar espacio en este mundo.
Tampoco debería ser nuestra responsabilidad educar a los “hombres buenos” sobre por qué su teoría de los hombres malos es falsa. Pero supongo que tenemos que hacerlo, porque si no seguimos la conversación, ¿quién lo hará? Es difícil desprogramar todo lo que nuestra sociedad nos ha enseñado de lo que es normal de la masculinidad. Tenemos que lidiar las conversaciones con amor y empatía porque todos compartimos este mundo: amarnos es nuestra responsabilidad y nuestro derecho también.
El hecho de que suban las llamadas de violencia doméstica durante los partidos de fútbol cuenta una historia muy importante sobre la masculinidad y cómo la sociedad patriarcal les ha robado a los hombres la posibilidad de tener una forma sana de expresar sus sentimientos. Yo no creo que podamos dividir las personas en categorías tan sencillas como: hombres malos y hombres buenos, buena gente y mala gente. Todo es programación.
La violencia ocurre en diferentes formas: acoso callejero, insultos, amenazas de violación y femicidios. Algunas de estas, desafortunadamente, están normalizadas en nuestra sociedad; pero es precisamente este tipo de violencia normalizada la que puede hacer saltar la alarma y por lo tanto, prevenir algo más grave. Sabemos que no todo el acoso callejero va a terminar en tragedia, pero podría. No sabemos cuando un hombre que normalmente no es violento ha sido provocado por un partido. Nos requiere demasiada energía evitar o evaluar cada agresión para sentirnos seguras. El mundo patriarcal nos roba mucha energía.
Las herramientas de empoderamiento a través de la defensa personal no corrigen los comportamientos de los atacantes. No confrontan la violencia del estado ni la violencia sistémica. Pero lo bueno es que empoderan sobrevivientes y víctimas potenciales. Es una parte del gran cambio de la cultura de violencia.
Lo que necesitamos es un cambio cultural global. ¿Y dónde empezamos con esta misión tan grande? Empezamos donde estamos. Las soluciones llegan en partes. Expandimos nuestra visión para ver todo el sistema y luego nos enfocamos en las partes más cercanas a nosotras. El empoderamiento es una parte. La autodefensa es una parte. Yo elijo enfocarme en estas partes aunque sé que hay muchas otras partes necesarias donde podemos trabajar para crear sociedades más pacíficas y holísticas.
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Un taller de una hora nunca es suficiente. Hay tantas técnicas para aprender, tanto para conversar. Estas chicas probablemente no van a acordarse de cómo posicionar los cuerpos para patear desde el piso o como golpear. Pero espero que se acuerden de que sí pueden, de que tienen el derecho de decir: ‘NO. No me toque. Aléjese de mí. Déjeme en paz’. Espero que recuerden las razones para sentirse fuertes.
Una gran parte de este estilo de empoderamiento a través de la autodefensa es poder acceder a la fuerza que ya tenemos. Es apoyarnos entre nosotras, sentirnos bien en nuestros cuerpos y nuestras voces, sentirnos valoradas. Este es nuestro derecho como humanas: ser vistas, escuchadas y valoradas. Todos merecemos este derecho.
Sobre la Autora:
Amy es facilitadora de defensa personal, certificado de Nivel 1 por ESD Global en 2018. Vive en Playa Samara donde facilita clases, cursos, y talleres de defensa personal. Amy también es escritora, editora, e instructora de yoga. Le gusta bailar, caminar en la playa con su perrita, reírse con amigas y combatir el patriarcado con sus palabras escritas.
Fotos: Visual Awakening, Warrior Princess Retreat, Rancho Margot, Costa Rica, 2019
The Right to Worth
Author: Amy Schmidt
I recently taught an empowerment self-defense course to a group of girls in a rural area of Costa Rica, the country where I reside. There were 10 girls, ranging in age from 5 to 13 and ranging in personalities from painfully shy to precocious as hell. This was the sixth day of a week-long retreat that I was co-facilitating, which was designed to focus on empowerment and self-defense, and included yoga, mindfulness, connection to nature, and this workshop, an interactive class connecting our US American participants with girls from the local community where our retreat was held. It was a lovely part of the retreat.
Empowerment self-defense (ESD) is different from traditional forms of self-defense taught to women. There is a focus on boundaries and verbal techniques. There is conversation and connection that is so much more than physical skills practice. There is space to process and confront our pasts as we learn tools for the future. We build each other up.
When the group of girls burst into our workshop space on day six of our retreat, we were all exhausted—physically, mentally, and emotionally. I took a deep breath, mustered all my energy, and dived in. The following hour was a flurry of fun and games, of movement and noise and laughter and striking and kicking. The girls were good. We didn’t spend any time explaining, and we didn’t need to. They knew what we were doing.
We may not always have the statistics memorized, but even from a young age, we know about danger. Even without the numbers to back us up, we carry this knowledge in our cells.
But do we know where the danger comes from? Is it always lurking on a dark street? A faceless, unknown attacker? Of course not. Not usually.
Anyone with any knowledge about violence against women knows that we are not just at risk when walking alone on dark streets. We are at risk in our homes, in the homes of people we know and love, and at our workplaces. I often hear an argument, usually from men, that there are just bad men out there in the world, and in fact, there are just bad people.
This is what I like to call, the ‘Bad Guys Theory.’ Bad guys kill, steal, rape and harm. Good people are good people. The Bad Guys Theory gives credit to good guys, because obviously, not all men. Good guys wish bad guys would stop being bad to women and children. Good guys want bad guys to be locked up so the rest of us can be safe. This is frustrating for many reasons. On top of being overly simplistic, it allows for a lack of accountability. Good guys don’t have to examine their own behavior, because they are, according to them, good guys. In the meantime, women should get better at recognizing ‘bad guys.’ Good guys can recognize bad guys, why can’t women? Women have some responsibility here. Good guys can keep being good and women need to see the red flags in bad guys and avoid them.
We need to get better at seeing red flags. This suggestion angers me. It shouldn’t be our responsibility. We shouldn’t have to spend our lives looking for red flags and hiding from men who display them. We shouldn’t have to spend our lives crossing to the other side of the street. It’s exhausting. There are too many red flags. Too many streets to cross. How many extra steps must we take in this life?
And yet, isn’t this some of what I am teaching in self-defense? To see the red flags, to listen to intuition, run, walk or move away when we can, fight when we have to? Is it our responsibility to prevent assault, rape, and femicide? It shouldn’t be.
On the other side of the overly simplistic Bad Guys Theory, there is a complex feminist critique of ESD, that it shouldn’t be our responsibility. I agree, in theory. In practice? I want the skills and the tools.
I haven’t been in, or led, any ESD class that says that it is our responsibility to prevent assault or rape, that if we didn’t fight, didn’t defend ourselves, it was our fault, that it was our responsibility. What we teach and practice are tools. We have these tools within us already. We have powerful voices and bodies. We can learn how to set verbal boundaries and use body language, hear our intuition. “Here are the tools. Here is how you use them,” is not the same as saying, “if you don’t use these tools, you are to blame for being assaulted, because it was your responsibility.” It can feel like a tricky line to navigate. In my classes, I always emphasize that we don’t use these tools to judge our pasts but to prepare for the future. They are not what we should have done. They are what we can do.
It shouldn’t be our responsibility to prevent ourselves from being assaulted. It shouldn’t be our responsibility to not be raped. But it is our right.
Back to the Bad Guys Theory. Worldwide, one in three women is sexually assaulted in her life. These are the statistics we know about women. But do we know how many bad guys there are worldwide?
I decided to start counting. I chose Costa Rica because it is the country where I reside, the country where I teach ESD to girls and women, not because it feels more or less full of bad guys than any other country I have lived or visited.
In Costa Rica, in 2018 there were 26 femicides. 26 bad guys.
Each year, 400 women on average flee their homes to shelters for women who face ‘an imminent fear of death.’ 400 women could have been murdered but got themselves out. Another 400 bad guys.
There are 7,792 (yearly average) reports of sex crimes against women and girls and 2,638 reports of sexual harassment in public. Reported.
Costa Rica police receive an average of 150 more domestic violence calls on soccer game days. So 150 maybe, kind-of, not-so-bad all the time men, become ‘bad guys’ during fútbol games. How many more calls don’t get placed during soccer games?
Organizations that respond to cases of violence against women in Costa Rica have an average of 8,710 consultations per year.
There are 45,855 court requests for protective measures for women.
Over 20,000 calls to 911 about domestic violence. That is 55 per day. Only 5% are followed up on.
There were 905 (reported, documented, convicted) cases of rape. How many more rapes were there, that were reported and not believed? How many were reported and the victims were accused of lying, were themselves blamed (she shouldn’t have been on that street, what was she wearing, she should have seen the red flags)? How many women just never told a single person?
Now, sure, maybe there is some overlap within these reports, and obviously not all violence is unidirectional, from men to women, but the picture is clear. There are a lot of red flags to avoid.
And what about when we do see the warning signs, when we run from the red flags, when we file reports and go through the exhausting process of our systems? The Organization of Salvadorean Women for Peace found that in 12% of cases of violence against women (reported), perpetrators were judges, prosecutors, lawyers, and police officers. We are at risk of being raped or abused by the very people who are supposed to be protecting us.
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When I taught self-defense to this group of girls and teens, I was energized and inspired by their energy and joy. We laughed and giggled and shrieked and played. We hugged and held hands. We went around a circle and had each girl tell a reason she feels strong.
“I am strong because I believe in myself.”
“I am strong because I can say NO.”
“I am strong because I can do anything.”
These were some of the things these young girls said. Without prompting or guidance, they chose these statements. They are strong.
As inspiring as it was, it also broke my heart. I don’t want to imagine any one of these beautiful children in a situation where she has to use the techniques we taught, having to kick someone from the ground, or escape from a tight grab. But as long as the statistics remain, three of them will be or already have been sexually assaulted. We know those statistics. But by whom? Who are these ‘bad guys’? Nameless strangers on a dark street? Most likely, the bad guys will be their brothers, uncles, fathers, and future boyfriends. The police officers they report to. The judges who rule over their cases. The politicians who make laws about their bodies.
In theory, it shouldn’t have to be our responsibility, but in reality, with the statistics stacked against us, it is our right to defend ourselves. When we aren’t safe in our homes, on the streets, in courts of law, or at the police station, then we must. We must use our voices and our bodies and make ourselves strong. We must take up space. It is our right to access the power we have within ourselves, and even when it feels exhausting—we must.
It shouldn’t be our responsibility to educate good guys about why the Bad Guy Theory is false. But we must. We must also do it with love and show that we understand that is hard and painful to look at our own behaviors, to decondition ourselves, to step outside of what our society has told us is okay. We must do it with love because we are all sharing this world together, and we must love each other.
The arguments are frustrating because they are correct. The criticisms are frustrating because they have value. The arguments and the criticisms are parts of a whole. These tools don’t change the behavior of assailants. They don’t confront structural violence or work against systemic oppression. But they do empower survivors and potential victims. They are a piece of changing culture.
What needs to happen is a global change in culture. Holy shit, that is overwhelming. Where do we begin? The solutions are also parts of a whole. We begin by expanding our focus to see the whole, and then narrowing our focus, directing our energy into manageable parts. Empowerment is a part. Self-defense is a part. I choose to focus on these parts, but I know there are many other equally important parts to creating meaningful social change.
A one-hour workshop is never enough. There are so many techniques to learn. There is so much to discuss. Those girls may not remember how to best position their bodies to kick from the ground. They may not remember the best way to strike. But hopefully they will remember that they can. That they have the right to say, NO. Don’t touch me. Back off. Leave me alone. Hopefully they will remember the reasons they felt strong—because they can do anything, because they believe in themselves. A big part of the self-defense that we teach is accessing the strength we each have inside already. It’s about building ourselves and each other up, feeling good about ourselves, our bodies, our voices. It’s about feeling worthy and valued, and this is our right as humans, to be seen, heard, and valued. We all deserve that right.
Data about violence against women in Costa Rica from INAMU https://www.inamu.go.cr/web/inamu/inicio
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